Atascos, lluvia y maldición
El lunes sufrí un embotellamiento del copón. Tenía clase por la tarde y a eso de las 6 se colapsó el tráfico en Coruña city debido a no sé que socavones y chaparrones continuos. El atasco fue a peor porque llegó la hora de salida de los oficinistas de los polígonos y claro, Marichola y Pepelulo no podían esperar el desatasco porque tenían que ir corriendo a casa a ponerse las pantuflas. Si a ellos juntamos a los urbanitas que fueron a la pelu y a los que prefieren llevar sandalias e ir en coche en vez de comprarse botas y paraguas por ser esto último poco glamuroso, pues ya se nos juntan unos cuantos coches más. Luego estarían los que van a recoger a los niños no sea que se constipen. Y los camioneros. Ante este panorama, motor recalentado, y una velocidad media de 2 metros por minuto, tres cuartos de hora después opté por empezar a desear diarreas perpetuas a los caras insolidarios y a las fuerzas del orden encargadas del tráfico. No por nada, pero es que brillaban por su ausencia. Al día siguiente los periódicos rezaban tal que así: Las centralitas de la policía y bomberos se colapsaron durante horas en la jornada de ayer. ¿Sería por los accidentes (abundaban las sirenas) o para ponerlos a parir? Soy tan poco comprensiva, ay.
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