Como mosca a una tarta
Esta semana tuve una reunión en un centro cívico cultural a eso del atardecer. Es un edificio moderno, con muchas cristaleras y varias entradas también en cristal. Me pareció curioso ver cómo recogía aún los bártulos de la fachada la empresa de limpieza porque la luz era escasa. Tuve que hacer un poco de tiempo y cuando ya me dirigía a la planta superior observo con espanto como un señor cuya cabeza por detrás me resultaba conocida, coge carrerilla sin que yo pueda gritarle y se estampa contra la puerta de cristal. Retumbó todo el pasillo. Frené en seco. Se hizo el silencio. El señor, maduro, muy dignamente, al sentir que alguien venía detrás sin saber quién, continuó escaleras abajo como si nada hubiera pasado. Subí las escaleras pensando en la eficiencia de los limpia-cristales y en lo malo que es tomar una copita después del trabajo. No, no debía de ser el señor que yo pensaba. Cinco minutos más tarde aparece en la reunión el señor que sospechaba: así que sí, sin duda, él fue el del trompazo en los cristales. Salvo que ahora llevaba puestas unas gafas. No sabía que llevase gafas, nunca se las vi puestas. Salió al coche a por ellas, posiblemente. Increíble que su nariz estuviera sana y salva.
¿Que porqué frené? Si yo me confundo de puerta y opto por la cerrada, en vez de por la abierta, me entra tal ataque de risa que se me borra todo el orgullo herido. Puede que el saberse objeto de las miradas de los demás le diera más rabia aún que el golpe en sí. Al no tratarse de alguien joven, ni de alguien anciano (hubiera corrido a preguntar por si era un mareo), la situación se vuelve más delicada, porque los señores, no sé el motivo, se pueden sentir ridículos, al ser auxiliados por una muchachuela. Imagino que los varones van de caballeros andantes y, ya se sabe, los cuentos no se pueden cambiar. Es posible yo padezca de prejuicios, pero no cuesta nada el no humillar a la gente. Además las escenas con golpes no me suelen hacer demasiada gracia: el humor infantil, para los niños.
¿Que porqué frené? Si yo me confundo de puerta y opto por la cerrada, en vez de por la abierta, me entra tal ataque de risa que se me borra todo el orgullo herido. Puede que el saberse objeto de las miradas de los demás le diera más rabia aún que el golpe en sí. Al no tratarse de alguien joven, ni de alguien anciano (hubiera corrido a preguntar por si era un mareo), la situación se vuelve más delicada, porque los señores, no sé el motivo, se pueden sentir ridículos, al ser auxiliados por una muchachuela. Imagino que los varones van de caballeros andantes y, ya se sabe, los cuentos no se pueden cambiar. Es posible yo padezca de prejuicios, pero no cuesta nada el no humillar a la gente. Además las escenas con golpes no me suelen hacer demasiada gracia: el humor infantil, para los niños.
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